domingo, 2 de diciembre de 2007

DEMOCRACIA FORMAL

Curiosamente, en la sociedad democrática moderna, los estudiosos de la comunicación política deben gran parte de sus conocimientos a Joseph Goebbles, célebre Ministro de Propaganda del gobierno nazi de Hitler. Y, particularmente, una cita suya está tan vigente ahora como entonces: "Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad".

En este sentido, se ha extendido una mentira que, por ser además políticamente correcta, nadie se plantea si es verdad.

"En Democracia, se dice, el pueblo nunca se equivoca." Esto es, como la evidencia ha demostrado a lo largo de la historia, una falacia.

El pueblo se equivoca. ¿O acaso la colectividad es poseedora de un cierto tipo de infalibilidad que, como individuos no poseemos?

Además, hemos de reconocer que errar es una inevitable característica de los seres humanos. Además solemos hacer de la necesidad virtud y entendemos que cometer errores no es bueno ni malo, es inevitable. Es más, posiblemente aprendamos más de los errores que de los aciertos, ya que nos sirven de acicate, de advertencia y forman parte del proceso de aprendizaje. Lo importante de los errores es que nos han de servir para mejorar, para sacar de ellos una experiencia positiva.

Lo mejor de todo esto, lo más importante y consustancial al ser humano es que nuestros errores son una clara muestra de nuestra capacidad de elegir, de nuestra libertad de criterio, de nuestro derecho a equivocarnos.

Esto, que es válido y generalmente admitido para los seres humanos como individuos, parece que, por arte de magia, desaparece cuando funcionamos como colectividad, cuando en realidad no es así.

Las colectividades, como los individuos, se equivocan. La grandeza de la democracia es que cuando un colectivo se equivoca en democracia, está ejerciendo su derecho a equivocarse en libertad, está declarando su "mayoría de edad" para el ejercicio de su soberanía. No es que los pueblos, en democracia, no se equivoque, es que tienen derecho a equivocarse... y el deber de aprender de sus errores pues, como decía Cicerón "errar es humano, pero sólo los estúpidos perseveran en el error."

En una entrada anterior del blog, ya expresé algunas consideraciones sobre la libertad que no voy a repetir ahora, pero que me van a servir para avanzar en la idea del ejercicio de las libertades democráticas.

Existen dos conceptos que, particularmente, considero indispensables en el ejercicio de dichas libertades:

  • La existencia de distintas opciones para elegir.
  • La formación y la información disponibles para llevar a cabo tal elección.
La democracia es sólo un sistema formal que, sin la existencia de estas características, no serviría para el desarrollo del ser humano en libertad, que es realmente el valor que se persigue. La democracias no es, por tanto, un fin en sí misma, sino un medio para conseguir el desarrollo del hombre en Libertad. Eso sí, es el sistema que, hasta la fecha, mejor ha permitido conseguir dicho fin.

Podemos evaluar cualquier sistema democrático atendiendo a estas características, de tal manera que, según estén presentes, y en qué grado, podemos saber el nivel de democracia de una colectividad.

Podemos ver como, en el caso de Venezuela, por ejemplo, la persecución de medios de información y de organizaciones opositoras llevada a cabo por el Presidente Chavez, hacen que el nivel de democracia "real" sea muy bajo.
Y ahora introduzco una reflexión para el lector. ¿Cómo sería, a la luz de lo expresado anteriormente, la democracia en España o, por ejemplo, el nivel de democracia interna de nuestros partidos políticos? Prometo abordar este tema en entradas sucesivas.
He dicho.

EL ORIGEN MASÓNICO DEL ESCUDO DEL BETIS

DIARIO DE SEVILLA. EMILIO CARRILLO. 30/05/2007
Con motivo de la conmemoración de su centenario, el Real Betis Balompié recibe hoy la Medalla de Oro de la Ciudad de Sevilla, lo que hace de esta fecha una ocasión propicia para abordar un asunto que se ha movido hasta ahora en el ámbito del rumor y sobre el que merece la pena profundizar con rigor: el posible origen masónico del escudo bético.

Como es sabido, el diseño del escudo actual data de 1957, cuando Benito Villamarín confirmó el boceto que le presentó José María de la Concha. Pero éste se limitó a modificar el orden de las trece barras (seis pasaron a ser verdes, cuando antes eran siete) y a alterar sólo la parte superior del dibujo para mejorar la inserción de la corona. Por lo demás, se mantuvieron los trazos y componentes básicos del escudo que el Betis venía utilizando desde 1931, tras la proclamación de la II República.

Este diseño del 31 sí que rompió absolutamente con el tipo de divisa usada hasta entonces –un círculo con las dos iniciales del nombre, la doble b, en el centro–. El detonante del cambio fue un Decreto gubernamental que prohibía la corona en cualquier tipo de emblema. Ante esto, la junta directiva bética no se limitó a eliminarla del escudo, con lo que se hubiera recuperado la divisa fundacional previa a la colocación de la misma, sino que convocó un concurso de diseño al que se presentaron diversos proyectos. Entre ellos resultó seleccionado el de Enrique Añino Ylzarbe Andueza, vocal de la propia junta directiva, que lo dibujó como un triángulo invertido cubierto con trece rayas verdiblancas (siete verdes y seis blancas) y con un rombo menor, con las indicadas iniciales del club, en su parte central superior.
¿Por qué este cambio del círculo al triángulo invertido?; ¿por qué trece barras? Todo puede deberse a cuestiones estéticas; así se ha entendido de modo casi unánime hasta ahora. Sin embargo, cuesta trabajo creer que sólo los gustos del momento provocaran el cambio de un emblema que el Betis lucía casi desde su fundación; máxime en unos tiempos aquellos en los que la solera derivada del año de nacimiento ostentaba gran importancia, incluso como criterio para disputar competiciones. Es en este punto donde aparece la tesis alternativa del origen masónico del escudo bético.
Hay que empezar constatando que el triángulo invertido no es un atributo cualquiera, sino que está cargado de significación. Por definición, el triángulo es la imagen geométrica del ternario, por lo que en el simbolismo numérico equivale al 3, la trinidad (activo-pasivo-neutro). Representa la triple naturaleza del Universo, constituido tradicionalmente por tríadas (hombre-cielo-tierra; padre-madre-hijo; etcétera) y así fue interpretado por antiguas culturas y utilizado como clave de su credo por numerosas religiones. Además, como nos recuerda Juan Eduardo Cirlot, cuando el triángulo aparece invertido se transforma en una alegoría aún más compleja, indicando al menos tres cosas: es signo del agua; expresa innovación y fuerza por la dirección hacia abajo de su punta; y es sinónimo gráfico del corazón. A este triple significado hay que sumar otro, procedente, igualmente, de la antigüedad y rememorado por autores como José María Albert: el triángulo invertido es un trasunto del principio femenino y evoca la matriz, la Gran Madre, la divinidad-mujer que completa la doble y única naturaleza masculino-femenina (el principio hermético de género) del Creador o Principio Único, el Todo, el Ser Uno o Gran Arquitecto del Universo.

A lo largo de los siglos, distintas escuelas iniciáticas y esotéricas han sido muy sensibles a esta carga simbólica del triángulo invertido, presente, por ejemplo, en tumbas de arquitectos y constructores de la Edad Media. De forma muy especial, la masonería lo incorporó plenamente a su estética por medio de la escuadra, que acompaña al compás para dar forma a lo que es su distintivo más reconocido. De hecho, la escuadra, con representación preferente cual triángulo invertido, es la segunda de las tres Grandes Luces, de las que disponemos los seres humanos para orientarnos por el camino de nuestra evolución en conciencia, que iluminan las Logias masónicas (la primera es el V.S.L. –Volumen de la Ley Sagrada–; y la tercera es el compás). Simboliza tanto la rigurosa equidad y constante conciliación entre las oposiciones necesarias que existen en la Logia como la rectitud moral, razón por la cual sus lados son rígidos (vivir según la escuadra). Y se coloca sobre el compás entrecruzada de manera variada, según el grado en que se trabaja y en función del Rito.

¿Y qué tiene ver todo esto con el escudo del Betis? Puede que mucho. A este respecto, no debe olvidarse el momento histórico que vivía España, en general, y la sociedad sevillana, en particular, cuando la entidad verdiblanca hizo suyo el triángulo invertido: aclamación de la República y protagonismo creciente no sólo de fuerzas políticas renovadoras y revolucionarias, sino también de escuelas y corrientes de pensamiento y espirituales que estimaban llegada una nueva época más proclive a sus convencimientos y metas.

En particular, tras la caída de la dictadura de Primo de Rivera y la proclamación republicana, la masonería experimentó un gran resurgir y una enorme euforia. Y, lo que todavía es más notable a los efectos que aquí ocupan, puso en marcha una intensa y amplia operación de salida al exterior, a la luz pública, no tanto por la divulgación de sus creencias y afinidades como por la incorporación de sus símbolos a usos más cotidianos. Por lo que en absoluto cabe descartar que círculos masónicos hispalenses se valieran de su influencia en alza para, con la excusa de erradicar la corona y adaptar el escudo bético a los nuevos tiempos políticos y sociales, incorporar al nuevo diseño una de sus principales señas de identidad: la escuadra, la escuadra bética.

Desde luego, tales círculos masónicos existían en la ciudad y eran muy significativos. Tras la creación, en 1923, por el Gran Oriente de España (GOE) de las Grandes Logias Regionales, Sevilla fue sede de la Gran Logia del Mediodía de España, con jurisdicción en todo el sur peninsular, norte de África y Canarias; y, en 1926, el propio GOE trasladó su sede a la capital hispalense. Igualmente, actuaban en la ciudad un buen número de logias, de perfiles muy diferentes (la Confederación Masónica del Congreso de Sevilla o la Gran Logia Simbólica Independiente de Sevilla, por ejemplo, descollaron entre las más importantes de Andalucía). Y entre sus miembros contaron con personajes tan ilustres como el sevillano Diego Martínez Barrio, ministro del primer gobierno provisional republicano (llegó a ser presidente de las Cortes Generales y de la República en el exilio) y Gran Maestre del GOE, grado que alcanzó tras más de dos décadas de afiliación masónica –ingresó en la masonería en 1908, con el nombre simbólico de Vergniaud, y fue, entre otras cosas, Venerable Maestro de la Logia Isis y Osiris de Sevilla–.

Y con la masonería mantenía lazos significativos la nueva junta directiva del Betis que tomó posesión tras la proclamación republicana. En particular, el que fue su presidente entre 1931 y 1933, es decir, precisamente cuando se eligió el nuevo escudo, José Ignacio Mantecón Navasal, un personaje de gran interés que en el centenario que ahora se celebra debe ser redescubierto por el beticismo y que llegó a ser toda una figura de la intelectualidad española en el exilio, eminente especialista en bibliografía y paleografía.

Nació en Zaragoza en 1902, hijo de un prominente empresario y financiero. Licenciado en Filosofía y Letras, doctor en Derecho y oficial del Cuerpo Facultativo de Archiveros del Estado, fue destinado en calidad de tal al Archivo de Indias, llegando en 1926 a Sevilla (en 1932 pasó a ocupar el puesto de director del Archivo de la Delegación de Hacienda), donde también se hizo cargo de los asuntos jurídicos de la sucursal andaluza de la empresa de su padre, Vías y Riegos. Forjó pronto una buena amistad con Ramón Carande, Federico García Lorca, José de la Peña y Cámara e Ignacio Sánchez Mejías, que le transmitió su pasión por el Betis. Y teniendo una marcada vocación política, claramente orientada hacia el republicanismo de izquierdas, compartió con gente como Martínez Barrio las convicciones republicanas y masónicas.

Con referencia a su republicanismo, ya en la capital hispalense se afilió al partido Acción Republicana –fundado en 1925 por Manuel Azaña y José Giral– y era su máximo dirigente en Sevilla al proclamarse la República y cuando fue elegido, pocos meses después, presidente bético, logrando al año siguiente el ascenso a Primera División –en 1933 lo sucedió Antonio Moreno, con quien el Betis sería campeón de Liga–. En el verano de 1935, Mantecón retornó a Zaragoza, siendo nombrado ya en plena guerra civil Gobernador General de Aragón y, posteriormente, comisario general del Ejercito del Este y comisario inspector del Ejercito de Levante. Tras el triunfo fascista, marchó al exilió. Primero, estuvo un corto periodo de tiempo en París, donde fue secretario general del Servicio de Emigración de Republicanos Españoles (SERE); y en 1940 se instaló definitivamente en México, afiliándose al Partido Comunista de España en 1948. Allí murió en 1982, después de haber dejado como herencia intelectual numerosos publicaciones y adquirir merecida fama de investigador y erudito, ejerciendo de catedrático en la Universidad Nacional Autónoma.

En cuanto a su vinculación con la masonería, está documentada la adscripción a ella de muchos de sus amigos y colaboradores; y su vida y obra y su actividad pública y política también apuntan una estrecha conexión, muy marcadamente durante los nueve años que residió en Sevilla. Sin embargo, quedaba por probar su afiliación masónica. A estos efectos, he llevado a cabo un trabajo de investigación en el que me han sido de mucha ayuda diversas personas y entidades, como la Respetable Logia Masónica Guillén de Montrodón, que me ha facilitado una muy exhaustiva lista histórica de masones aragoneses. Y la información lograda pone de manifiesto que, efectivamente, José Ignacio Mantecón perteneció a la masonería. Específicamente, estuvo adscrito a la denominada Logia Constancia, operativa en Aragón en los años 30. Esta Logia actuó en Zaragoza en una primera etapa, entre 1914 y 1919, con el número 348 del Gran Oriente Español; y lo hizo de nuevo a partir de 1931, registrada en esta segunda época con el número 16 del mismo Gran Oriente Español, trabajando bajo el Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Como masón, Mantecón adoptó el nombre simbólico de Prisciliano; y dentro de la Logia citada permaneció en situación de durmiente hasta 1935.

Por tanto, si el triángulo invertido es un signo marcadamente masónico, también fue masón quien presidía el Betis Balompié cuando se adoptó el nuevo escudo. Y en esta clave interpretativa de la conexión entre la simbología masónica y el emblema bético abundan las trece barras que cubren el triángulo invertido, agregadas al emblema a pesar de la superstición que rodea a la cifra.

En la numerología simbólica, el dígito 13 casa sinérgicamente el ternario y la unidad que éste conforma (verbigracia, la tríada padre-madre-hijo configura la unidad de la familia). En el trece, pues, el ternario transita a la unidad por medio del cuaternario. Y, en la interpretación masónica, en él se unen armónicamente el uno –que como indica Emilio Castell, en Claves de la masonería, es la afirmación misma del Ser, de la materia primera de los hermetistas– y el tres –que retorna a la unidad lo que se ha disociado–. En este orden, el 13 es signo de transmutación y cambio, de muerte y nacimiento, de final y nueva reanudación; un antes y un después muy adecuado para reflejar los nuevos tiempos que se vivían por entonces.
En definitiva, el del Betis no es un escudo cualquiera, elegido al azar o por simples gustos estéticos. Se ha mostrado aquí la indudable similitud existente entre su diseño y la simbología masónica; se ha confirmado la influencia que la masonería tenía en Sevilla cuando el escudo se adoptó; y, muy en particular, se ha probado la pertenencia a ella de quien presidía en ese momento la entidad verdiblanca. Con estas bases, adquiere carta de naturaleza, plena de verosimilitud, la tesis del origen masónico del escudo bético.

martes, 27 de noviembre de 2007

REFLEXIONES SOBRE LA LIBERTAD

Aseguraban los existencialistas (y humildemente lo comparto) que el ser humano, el hombre, es el único animal que, hablando con propiedad, tiene "existencia", concebida esta como una actualidad absoluta, no como algo estático de lo que se pueda decir que es, sino como algo que se crea a sí mismo en libertad, que deviene, que es un proyecto. La existencia es algo que pertenece sólo a los seres que pueden vivir en libertad.

La libertad es, por tanto, una característica irrenunciable de la humanidad, aunque existen también otras características propias del "ser" humano, entre las que quiero destacar otras dos:

  • Somos únicos. Cada uno de nosotros en un individuo que debe ejercer su propia libertad inalienable.

  • Partiendo de la base de que es respetable cualquier interpretación con respecto a la existencia de una o varias vidas después de la muerte, o de la trascendencia del ser; lo único que podemos asegurar sin lugar a dudas es que hemos de vivir con la certeza de que algún día vamos a morir. Esto diferencia también al hombre de los animales, pues el hombre es el único animal que tiene conciencia de su propia muerte. La muerte se convierte en una compañera de viaje que, permanentemente nos "angustia".
Y esta otra característica, la mortalidad hace que renunciemos a nuestra individualidad (a toda o a tan sólo una parte) para compartir la vida con nuestros semejantes. Este es, segun Savater, el origen de las sociedades: Las sociedades funcionan como "máquinas de inmortalidad" que utilizamos para combatir la amenaza de la muerte. El grupo social se presenta como lo que no puede morir, a diferencia de los individuos, que están condenados a hacerlo. Los elementos que hacen comunidad, como las patrias, las naciones, las banderas... han estado ahí antes de que nosotros llegáramos y seguirán estando cuando nos vayamos.

Aun cuando la libertad nos proporciona independencia y racionalidad, también nos obliga a ejercer una responsabilidad sobre nosotros mismos. Debemos tomar las riendas de nuestra existencia, asumiendo nuestros errores que, sin duda, van a producirse. Somos arquitectos de nosotros mismos. Sin embargo, este "exceso" de responsabilidad ha degenerado también en la aparición de algunos mecanismos de evasión que resultan de la misma inseguridad del individuo: el autoritarismo , la evasión, el conformismo... Eso que Erich Fromm llamaba el "miedo a la libertad", que nos impulsa a "ceder" nuestra libertad a terceras personas.

El ser humano ha vivido durante siglos en un estado de "minoría de edad" social. Hemos, sucesivamente, cedido nuestra libertad a las diferentes divinidades y a sus representantes en la tierra, en lo civil y en lo religioso. Nos sentimos mucho más seguros si, en vez de ser nosotros los que tenemos el riesgo de equivocarnos, son otros los que toman las decisiones por nosotros. Mucho mejor, si además éstos son infalibles, o tienen algún tipo de origen divino.

No es hasta la Ilustración cuando el hombre se hace "mayor de edad" y empieza poco a poco a tomar las riendas de su propia libertad.

No pretendo que este blog sea una mera reflexión filosófica, puesto que otras mentes mucho más brillantes que la mía ya han expresado, mucho mejor, ideas similares. El "hilo de Ariadna" que pretendo seguir en este escrito, quiero que me conduzca a hacer una reflexión profunda y de base: ¿Es el socialismo la ideología que ha de permitir al ser humano progresar en los próximos siglos?

Teniendo en cuenta que habíamos definido que, entre otras que se le puedan ocurrir al lector, las características que forman parte de la "arquitectura ontológica", según hemos enunciado, son la libertad, la individualidad y la mortalidad, parece correcto pensar que,quel sistema de regulación de la vida social que sea más fiel y que permita desarrollar más estos aspectos de nuestra arquitectura ontológica, será el mejor sistema posible.

En este sentido, teniendo en cuenta que la individualidad, como ya hemos expresado con anterioridad, queda aparcada casi en su totalidad por la vida en sociedad, necesaria para poder convivir con nuestra mortalidad, parece que, de los tres aspectos enunciados, la libertad es aquel en el que nos debemos centrar.

Como bien ha dicho Ralf Dahrendorf, "este viaje es elviaje de las ideas, pero también el de la construcción de la vida de los hombres reales en el mundo real. Por lo demás, el destino del viaje es claro; se llama libertad." ¿Pero, qué entendemos por libertad? ¿Acaso no hay que darle la razón a los deterministas, sobre todo en el seno de la Iglesia, que entienden como algo obvio que el hombre no es libre, porque no puede hacer cuanto se le antoje?

A la libertad le pasa, a menudo, como a otras muchas grandes palabras, como la igualdad, la fraternidad, la bondad, la solidaridad... que a fuerza de ser utilizadas,incluso, por su peores enemigos, acaban perdiendo todo significado. ¿O no resulta cínica la divisa que figuraba en los portones de los campos de exterminio nazis: "El trabajo hace libre"?

En este sentido, es interesante apuntar que, desde el punto de vista social, somos más libres, en tanto en cuanto la sociedad nos permita desarrollar todas y cada una de nuestras capacidades, al desarrollo de nuestro "yo". Por tanto, la libertad está muy ligada al concepto de oportunidades. Las oportunidades son opciones, posibilidades de elección. Esta es, desde mi punto de vista, la principal característica de una sociedad que quiera denominarse como libre y define, además, el camino que se debe seguir para seguir profundizando en la libertad y, por tanto, en el progreso.

¿Y no nos ha de llevar a pensar esto que el mejor sistema es el que define el liberalismo, contrario al socialismo?

He de confesar que, con respecto a este particular, existe incluso entre las filas de los partidos socialdemócratas un error históricamente muy común. Los partidos socialdemócratas modernos hace ya bastantes años que abandonaron el marxismo que, durante gran parte del siglo XX parecía consustancial con ellos. De hecho, y prometo profundizar en esta idea en sucesivas entradas del blog, hoy por hoy, el socialismo moderno debe mucho más al liberalismo político (que no económico) surgido de la Revolución francesa, que al marxismo posterior.

Me gusta pensar en un socialismo democrático que auna la defensa inquebrantable de la libertad, con un sentido profundamente humanista. Y es por esto que entiendo que el socialismo democrático es la ideología que mejor satisface las exigencias del "ser" humano, lo que Fernando de los Ríos, probablemente la mente más preclara del socialismo español de la II República, definía como el "humanismo socialista", enfrentado al marxismo. Eso que, tan magistralmente ha definido Javier Otaola diciendo que "Fernando de los Ríos funda su socialismo en una exigencia filosófica, podríamos decir ontológica: la condición del ser humano como ser racional autoconsciente, que hace del logro de sus proyectos vitales un fin y un sentido para su vida, que construye sentido hace que él mismo no pueda ser reducido a medio o mercancía y esa misma condición hace que además pueda reclamar de la sociedad como derechos subjetivos que le son debidos los medios y posibilidades que necesita y que socialmente se le puedan garantizar."

El socialismo es, en definitiva, la ideología que mejor permite progresar a los hombres y desarrollar plenamente sus capacidades, siempre y cuando parta de un origen liberal y humanista, abandonando toda tentación dogmática, autoritaria o paternalista.

He dicho.

martes, 20 de noviembre de 2007

EL PODER DECISORIO DE LA "IZQUIERDA VOLÁTIL"

EL PAÍS. CÉSAR MOLINAS. 11/11/2007
Los votantes centristas no son los fundamentales para lograr el triunfo electoral en España, sino aquellos que oscilan entre el PSOE, IU o la abstención. El PP puede ganar, pero lo tiene 'a priori' cuesta arriba

La creencia de que las elecciones generales en España son decididas por los votantes centristas es incorrecta. La evidencia empírica muestra que estos votantes, definidos como aquéllos cuyo voto oscila entre el PSOE y el PP, tienen escasa relevancia. Los votos decisivos son los de la izquierda volátil, aquellos que oscilan entre el PSOE, IU y la abstención. Esto equivale a decir -y sé que la equivalencia no es obvia- que en las elecciones generales el PP siempre juega en campo contrario: las puede ganar, pero lo tiene a priori cuesta arriba. En este artículo me propongo mostrar que estas afirmaciones y equivalencias están respaldadas por los datos electorales y, también, extraer algunas consecuencias que me parecen interesantes.

En primer lugar, analizaré los resultados de las elecciones generales desde 1982 con el objetivo de cuantificar el voto centrista y el de la izquierda volátil. En segundo lugar, y aunque este artículo trate de elecciones generales, recogeré algunas enseñanzas de las elecciones locales del 27 de mayo pasado. En tercer lugar, me detendré en la relación que existe entre el voto al PSOE, por una parte, y la abstención y el voto a IU por la otra. En cuarto lugar, discutiré hasta qué punto un incremento notable de la abstención en Cataluña puede hacer perder al PSOE las elecciones de 2008. Por último, haré observaciones sobre las estrategias de los dos grandes partidos estatales.

Con una única excepción: en el último cuarto de siglo, España ha votado mayoritariamente izquierda. Desde 1982 ha habido siete elecciones generales. En seis de ellas la izquierda (PSOE, IU y sus antecesores) obtuvo entre un mínimo de 2,3 y un máximo de 3,5 millones de votos más que la derecha (PP, aliados regionales y sus antecesores). Sólo en las elecciones de 2000, que tuvieron la tasa de participación más baja de la actual etapa democrática (69%), la derecha superó en votos a la izquierda: la diferencia fue de 1 millón de votos. En 2000 la izquierda perdió 2,7 millones de votos respecto a 1996, de los cuales 2 millones fueron a incrementar la abstención. Esos 2,7 millones de votos los volvió a ganar en 2004. La derecha ganó 0,6 millones de votos, alcanzando su máximo histórico de 10,3 millones, pero los volvió a perder en 2004. Me parece razonable utilizar estas cifras para cuantificar los colectivos que antes he denominado votantes centristas e izquierda volátil. Los primeros pueden estimarse en 0,6 millones, que son los votos que ganó la derecha en 2000 tras una etapa de gobierno en minoría del PP en la que hizo gala de moderación y de buena administración. Esta cifra coincide con los votos perdidos en 2004 tras una etapa de mayoría absoluta en la que la arrogancia sustituyó a la moderación y en la que se tomaron decisiones, como la guerra de Irak, alejadas del sentir de muchos ciudadanos. Cabe señalar que esos 0,6 millones de votos no decidieron las elecciones de 2000: el PP hubiese seguido gobernando aunque no los hubiese obtenido. Lo decisivo fue el desplome de la izquierda por la huida del voto volátil. Esta izquierda volátil puede estimarse en unos 2 millones de electores: los que votaron a la izquierda en 1996, se abstuvieron en 2000 y volvieron a votarla en 2004.

Las elecciones locales de mayo de 2007 ilustran bien que el voto de la izquierda volátil es decisivo en España no sólo en las elecciones generales, sino también en elecciones de otro tipo. En el conjunto de España, y relativo a las elecciones locales de 2003, el PSOE perdió 240.000 votos, pero el PP sólo ganó 38.000. La aplastante victoria del PP en el municipio de Madrid resultó de una pérdida de 139.000 votos para el PSOE y de una ganancia de tan sólo 709 (sí, setecientos nueve) para el PP. La izquierda volátil volvió a decidir, esta vez a nivel local. No hay trazos de un trasvase significativo de votos del PSOE al PP. Además, el carácter decisorio del voto de la izquierda volátil no es un rasgo exclusivo de la actual etapa democrática. En las elecciones de 1933, la izquierda volátil -entonces el anarquismo- se abstuvo. Y ganó la derecha. En 1936, los anarquistas fueron a las urnas y los votos se incrementaron en más de 1 millón. Ganó la izquierda. No tengo ni conozco ninguna explicación convincente de por qué en España la izquierda volátil tiene este carácter decisorio, que no ha menguado ni tan siquiera con la aparición de una numerosa clase media en la segunda mitad del siglo XX. Sea cual sea la explicación, en esto los españoles somos atípicos. En la mayoría de los países de nuestro entorno la alternancia en el poder la deciden los votantes de centro, que votan ora a la izquierda ora a la derecha. Aquí, por algún motivo, somos diferentes.

Paso ahora a desarrollar el tercer punto de mi argumentación. Si bien, según mis definiciones, derecha y PP son casi sinónimos, izquierda y PSOE no lo son. En 1996 la izquierda obtuvo 12,06 millones de votos y la derecha 9,76 millones. En 2004 se repitieron las cifras: la izquierda obtuvo 12,06 millones de votos y la derecha 9,72 millones. En el primer caso ganó las elecciones el PP y en el segundo el PSOE. La diferencia la marcó el resultado de IU, que obtuvo un 11% de los votos totales en 1996, su máximo histórico, tras la memorable pinza Aznar-Anguita, y solamente un 4% del total en 2004. Un análisis estadístico de los datos electorales utilizando modelos sencillos de regresión, que cualquiera puede replicar descargando los datos del Ministerio del Interior en una hoja de cálculo, ofrece los siguientes resultados: 1. Existe una relación estadística muy significativa entre el porcentaje de votos totales válidos que obtiene el PSOE, por una parte, y el porcentaje de participación en las elecciones y el porcentaje de voto a IU, por la otra parte; un aumento de la participación electoral de un 1% causa un aumento del porcentaje de voto al PSOE del 0,6%, mientras que un aumento del porcentaje de voto a IU del 1% causa una disminución del porcentaje del voto al PSOE del 1%. 2. No existe ninguna relación estadística significativa entre el porcentaje de votos totales válidos que obtiene el PP y el porcentaje de participación en las elecciones. En román paladino, estos resultados quieren decir lo siguiente: con una participación lo suficientemente alta y con un voto a IU lo suficientemente bajo, el PSOE siempre ganará unas elecciones generales, haga lo que haga el PP. Esta "ley de hierro" fundamenta las afirmaciones y la equivalencia enunciadas en el primer párrafo de este artículo.

Con los parámetros mencionados en el párrafo anterior se puede construir una tabla de doble entrada para estimar el porcentaje del voto total al PSOE en función de la participación electoral y del porcentaje de voto a IU. Esta tabla, que, insisto, todo el mundo puede construirse, muestra que es improbable que el PSOE gane las elecciones de 2008 si el voto a IU se mantiene en el 4% y la participación cae por debajo del 71% (en 2004 fue el 76%). Si el voto a IU subiese al 6%, el PSOE necesitaría una participación del 74% o superior para ganar. Si bien una participación superior al 71% parece probable, una participación del 74% (coincidente con la media histórica) parece más difícil de conseguir. Este mismo tipo de tabla puede utilizarse para evaluar los efectos que tendría un gran aumento de la abstención en Cataluña, como resultado de la sensación de desgobierno que podrían tener los votantes de esa comunidad. Si la participación catalana cayese hasta el 64%, el mínimo histórico alcanzado en 2000, el PSC podría perder 3 o 4 escaños y entonces el PSOE necesitaría una participación mínima del 73% en el resto de España para seguir gobernando, algo que me parece complicado pero no imposible. No pueden descartarse participaciones inferiores al 64% en Cataluña. En este caso, el PSOE lo tendría muy difícil para ganar en 2008.

Para concluir, quiero recalcar que la metodología agregada y "de arriba abajo" usada en este artículo ignora aspectos tan importantes del proceso electoral como la Ley d'Hondt o la incorporación al censo de nuevas cohortes. Sin embargo, considero que es la mejor para obtener una visión de conjunto de la problemática electoral, que muchas veces se pierde en el análisis desagregado por circunscripciones. La izquierda volátil es un conjunto heterogéneo con pocos denominadores comunes, todos ellos negativos. Es común su rechazo frontal al PP y a todo lo que representa la derecha. Es común también su desdén hacia el PSOE, al que votan tapándose la nariz cuando le votan. Por lo razonado hasta aquí, el objetivo principal de una campaña electoral, de cualquier campaña electoral, en España debe ser para el PP que no vayan a votar los que le detestan y para el PSOE que acudan a las urnas los que le desprecian. ¿Son consistentes sus estrategias electorales con estos principios?

HOLA MUNDO

Soy un amante del Diccionario de la Real Academia. Casi un adicto. Y suelo consultarlo a menudo para ver lo que significan exactamente las palabras.
Me autodefino como ecléctico, en su sentido más estricto, es decir que intento practicar estas dos acepciones del término:
  1. Modo de juzgar u obrar que adopta una postura intermedia, en vez de seguir soluciones extremas o bien definidas.
  2. Escuela filosófica que procura conciliar las doctrinas que parecen mejores o más verosímiles, aunque procedan de diversos sistemas.

El eclecticismo es para mí una forma de entender y de ver el mundo, una actitud que se debe practicar activamente porque, desgraciadamente, tenemos una tendencia absurda al extremismo.

Como decalración de intenciones y haciendo gala de mi eclecticismo, os voy a decir que, aunque también puedo introducir otros temas, hablaremos en este blog de aquellas cosas que más me interesan. Es decir, y no necesariamente en este orden: Política, Filosofía y Cultura (sobre todo literatura, música y cine).

Cualquier intento de autodefinirse, de etiquetarse, es siempre un ejercicio de simplificación ontológica. sin embargo, pretendo en este blog declararme públicamente (aunque oculto por un seudónimo) masón, miembro del PSOE de Sevilla, republicano, agnóstico y, por supuesto, bético.

Así que, después, que nadie venga diciendo que no está avisado de antemano.

He dicho.