lunes, 9 de abril de 2012

Los tópicos siempre miran al sur

EL PAÍS - Carmen Morán - 08/04/2012

Andalucía era en el siglo XIX el lugar más visitado de España por los que entonces, en lugar de turistas, se llamaban viajeros. Algunos de ellos, de renombre y buena pluma, ingleses, pero sobre todo franceses, retrataron una sociedad muy atrasada, aunque no lo estaba más que el resto del país. Y, esto es lo relevante, extendieron dentro y fuera de las fronteras una estampa costumbrista que se fijó como un daguerrotipo: bandoleros, tabernas, mujeres salerosas. Algunos contaron lo que vieron, pero muchos vinieron ya con el cuento en la cabeza. El tópico se abonó con abundancia.

Esta es parte de la mala prensa de la que habla el historiador de la Universidad de Málaga Juan Antonio Lacomba. También hubo, dice, mala suerte prolongada. El cóctel de ambas ha depositado sobre Andalucía un peso, en ocasiones intolerable, de clasismo, xenofobia y clichés que se ceban con esta región hasta el punto de convertirla en la reina del sur, el sur maldito al que unos pocos, bien que machaconamente, se permiten mirar por encima del hombro o apellidar con saña a sus ciudadanos porque votan en las elecciones al partido que les da la gana, o sea, como todo el mundo. Afortunadamente, como señala el periodista Francisco Giménez Alemán, “la gente normal no participa de esas tropelías”.

Dieron los valencianos mayoría absoluta a un presidente entonces imputado en tribunales y los comentarios se quedaron en la arena política. La corrupción y el desgaste han retirado en Andalucía nueve escaños al partido gobernante y alzado venced or —que no victorioso— al opositor, y se ha desencadenado una marea de insultos de pegajosa resaca, algunos de los cuales da pudor hasta reproducirlos.

Al historiador español José Manuel Cuenca Toribio le gusta poner la línea divisoria en el Tajo. Alguna diferencia habrá por cima y por bajo de ese río para que se repitan los desmanes que de tarde en tarde tienen que escuchar los andaluces. Mala prensa y mala suerte, decía Lacomba. La mala prensa se extendió todo el siglo XX, desde los tebeos hasta las series de televisión, de las películas a los comentarios domésticos: andaluz luego paleto; andaluz, por tanto, vago; el chistoso, el subsidiado; las horas muertas en la taberna, la juerga, el taconeo, la chacha y el jornalero. Y en la última vuelta de tuerca, el ciudadano que no vota lo correcto.

Curiosamente, son los políticos los que más burlan lo políticamente correcto cuando les viene bien. “A algunos habría que taparles la boca, desde luego. Fue muy desafortunado aquel ‘pitas, pitas, pitas’ que señaló Esperanza Aguirre para referirse al andaluz subvencionado”, menciona Giménez Alemán, que fue director del diario Abc de Sevilla durante años. Y Javier Arenas, el candidato de la derecha tantas veces frustrado en esa región, bien tuvo que lamentar, en otra campaña electoral, las declaraciones de su correligionaria, ahora ministra de Sanidad, Ana Mato, cuando se dejó engañar por un vídeo para afirmar que algunos niños andaluces, pobrecillos, daban clase “en el suelo” por falta de pupitres. Sobre esa mentira se revolvió de nuevo la memoria colectiva de los andaluces para recordar que unas décadas atrás, no hace tanto, lo que faltaba eran escuelas. Y ahora las tienen. Con mesas y sillas.

No hay uno solo de los consultados para este reportaje que no coincida en que los andaluces han votado legítimamente lo que han tenido a bien. Pero todos opinan también que ciertas “redes clientelares” y una suerte de “neocaciquismo” pueden estar afeando algunas de las estadísticas andaluzas: educativas, de desempleo. Dicho esto, ¿queda algo para la mala suerte que citaba Lacomba? El historiador sostiene que sí. Mala suerte que está en el origen del retraso que aún se atisba en algunos ámbitos. La mala suerte del sur de España, del sur de Italia, la fatalidad de todos los sures del mundo. Algo han de tener en común. “El clima puede propiciar ciertas formas de vida y determinados modelos de producción, desde luego”, afirma Juan Carlos Pereira, director del Departamento de Historia Contemporánea de la Complutense.

No es sencillo buscar el desencadenante de la historia, pero sí cabe analizarla y señalar sus consecuencias. Cuando se habla de la de Andalucía, como de la extremeña, por seguir en el margen sur del Tajo, el libro de Miguel Delibes, que fue después famosa película, está en mente de todos: Los santos inocentes. “Hay enormes diferencias entre la industrialización del norte y su burguesía, de mente liberal, más abierta a la formación y la cultura, y los propietarios del sur, latifundistas cerrados y conservadores. Estos últimos son más resistentes a las aperturas, son continuistas”, dice Pereira. “Eso configura sociedades más inmovilistas, cuando no explota la revolución, que en Andalucía [y en Badajoz], hay que recordarlo, se aplastó ferozmente en la guerra y la dictadura”, añade.

La madrileña Carmen Anula Castells, andaluza de adopción, es catedrática de Sociología la Universidad de Sevilla. Recuerda cuando llegó a Andalucía y se pateó los pueblos para hacer su tesis, El mito de la Andalucía subsidiada: “Me llamó mucho la atención que la gente desayunaba en la calle, en el bar... El origen de esa costumbre es jornalero, cuando salían a la plaza para que el amo de las tierras los seleccionara uno a uno para trabajar ese día. Giménez Alemán dice que “en Andalucía sigue habiendo residuos del señoritismo. “En Sevilla es fácil ver en los barrios acomodados a empleadas del hogar vestidas con el uniforme de rayadillo y a rentistas terratenientes que no dan un palo al agua. Llegué a la capital en 1984 y me llamó la atención el Círculo de Labradores y Propietarios. Son propietarios, no empresarios, esa terminología hay que cambiarla, porque en Andalucía hay empresas punteras en muchos sectores, tecnológicos, científicos y el AVE viaja lleno de ejecutivos”, sostiene este periodista que reconoce que le hubiera gustado que cambiara el color del Gobierno regional. Pero el cliché aún se apoya en aquellos residuos de épocas en que la tierra se dividía fatalmente entre amos y criados, una imagen que el franquismo congeló durante 40 años. Los unos ociaban, los otros trabajaban sin descanso, a veces solo por estar bajo un techo. De los amos era la tierra, las órdenes las daban ellos y el poder les era natural.

Por eso, a algunos se les encoge el corazón cuando Javier Arenas repite lo de la “apropiación indebida de las instituciones” por parte de los socialistas. ¿De quién son las instituciones y el poder? La izquierda en Andalucía ha atizado el tópico del miedo al señorito; la derecha no siempre ha podido convencer de que pertenecía al pasado. Tan poco ayudan algunas declaraciones políticas, como las críticas impúdicas al pueblo llano de un aristócrata de los Alba, a lomos de su caballo. Baste decir que le reconvino hasta su madre.

El campo no necesitaba más formación que la fuerza de un par de brazos y a los señoritos no les entusiasmaba que sus jornaleros estudiaran. La maldición del analfabetismo se heredaba de padres a hijos. Hasta anteayer. “Pobres y analfabetos, que no incultos”, puntualiza el historiador andaluz Cuenca Toribio.

El prestigio y la clase al sur del Tajo lo determinaba la posesión de tierras y palacios, donde se lucía una suerte de indolencia que se daba también entre los hacendados de otros países. Trabajar no estaba bien visto. Cazar, sí. Y jugar. Y hacer fiestas.

Pero Andalucía siempre fue tierra hermosa y rica. Tenían agricultura, también minas y hubo una floreciente y prometedora industria. Lo recuerda Lacomba: “En Málaga estuvieron los Loring (finanzas), los Heredia (grandes ferreteros, de los primeros de España), y los Larios (los segundos del textil en todo el país). También los Ibarra, Carbonell... Ninguno era andaluz”. Tampoco los bodegueros. Y, para colmo, acababan imitando las costumbres, “cuando hacían dinero, compraban tierras”, dice Lacomba.

La minería, que pudo explotarse con éxito, “chocó con medidas gubernamentales proteccionistas que beneficiaban a las regiones del norte”, sigue Lacomba. Otra vía muerta. De nada sirvió que la mayoría de los ministros del siglo XIX, algunos de los más influyentes, fueran andaluces. Arriba se protegía la industria, abajo campaban los terratenientes.

Y sin embargo, a finales del XIX, Andalucía es el símbolo de lo español. “Esa idea se fabricó en Madrid, ya desde los noventayochistas”, dice el catedrático de Sociología de la Complutense Fermín Bouza. El frasco de las esencias patrias lo tenía antes Castilla, “la nobleza, la austeridad, la sinceridad castellanas, pero perdió su influencia simbólica en favor del sur”. “Madrid empieza a sentirse una excepción fiel a lo español frente a Cataluña, País Vasco, Galicia... La periferia se le escapa de las manos y los unitaristas elevan a Andalucía al trono de la españolidad”, explica. El franquismo retoca y hace suya esa idea de los unitaristas frente a los federalistas. Los andaluces triunfan en la capital y, en su nombre, promocionan España. El exotismo de su tierra atrae al turismo, y eso da dinero. “Con el turismo de los sesenta los andaluces se andalucean, porque era la vía de atraer recursos. ¿Flamenco querían? Flamenco les daban”, explica Lacomba. Folklore y emigrantes analfabetos.

Hoy todavía se siente el clasismo que llega del norte. Algunos dicen que, sobre todo, de Madrid, del “pijerío madrileño”. “Puede que en el sur este extendido el clientelismo, pero de ahí a decir que los andaluces son vagos... La derecha madrileña no ha podido reprimir su frustración”, dice Jaime Pastor, profesor de Política en la UNED. Benjamín García, profesor de Ecología y Población de la Complutense, dice, sin embargo: “Ellos creen en la igualdad y en el reparto, muy bien, pero para repartir hay que crear primero. No quieren el desarrollo, no quieren trabajar”. ¿Cree que no quieren trabajar? “Lo que digo es que si con el paro les dan 400 euros y trabajando 600, pues claro, yo haría lo mismo. Los pobres del Norte no tienen nada que ver con los pobres del Sur. Pero el desarrollo no depende de la gente, sino de las políticas y ellos han optado por lo que les conviene”, dice.

Parecida opinión se ha oído en algunos medios de comunicación madrileños —“solo la caverna”, dice Giménez Alemán— que abrieron la caja de los truenos tras los resultados electorales, despertando una queja de la Asociación de la Prensa de Sevilla. Pero, como en Valencia, los andaluces votan, en noviembre y en marzo, lo correcto, que es, exactamente, lo que les da la gana.